El último poema de Hoshin
El maestro de zen Hoshin vivió muchos años en China. Luego regresó a la región noreste de Japón, donde se dedicó a enseñar a sus discípulos. Cuando se hizo muy viejo, les contó un relato que había oído en China. He aquí.
Un año, el 25 de diciembre, Tokufu, que era muy viejo, dijo a sus discípulos:
–El año que viene no estaré vivo, por lo que deberíais tratarme bien este año.
Los discípulos pensaron que bromeaba, pero como era un maestro generoso, cada uno le agasajó con un festín en días sucesivos del año que terminaba.
La vigilia de Año Nuevo, Tokufu les dijo:
–Habéis sido buenos conmigo. Os dejaré mañana por la tarde, cuando la nieve haya cesado.
Los discípulos se echaron a reír, pensando que chocheaba y decía tonterías, puesto que la noche era clara y no nevaba. Pero a medianoche empezó a nevar y al día siguiente no encontraron a su maestro. Fueron a la sala de meditación y encontraron que había fallecido allí.
Hoshin, que relataba esta historia, dijo a sus discípulos:
–No es necesario que un maestro de zen prediga su muerte, pero si realmente lo desea, puede hacerlo.
–¿Tú podrías? –le preguntó alguien.
–Sí –respondió Hoshin–. Os mostraré lo que puedo hacer dentro de siete días.
Ninguno de los discípulos le creyó, y la mayoría de ellos incluso habían olvidado la conversación cuando Hoshin los convocó a todos.
–Hace siete días, –les recordó– dije que iba a dejaros. Existe la costumbre de escribir un poema de despedida, pero no soy ni poeta ni calígrafo. Que uno de vosotros inscriba mis últimas palabras.
Sus seguidores pensaron que estaba bromeando, pero uno de ellos se dispuso a escribir.
–¿Estás preparado? –le preguntó Hoshin.
–Sí, señor –respondió el escribano.
Entonces Hoshin le dictó:
Vengo de la brillantez
Y vuelvo a la brillantez.
¿Qué es esto?
Al poema le faltaba un verso para tener los cuatro de costumbre, por lo que el discípulo le apuntó:
–Maestro, nos falta un verso.
Hoshin, con el rugido de un león conquistador, gritó: «¡Kaa!» y expiró.